La inmensa mayoría de adolescentes no tienen las cosas claras sobre su futuro y, si las tenían en su infancia, esa seguridad desaparece en más casos de los que pensamos.
Cuando nuestros hijos llegan a la adolescencia, muchos padres, además, estamos en plena crisis de los 40
y la mayoría de los problemas que tenemos con ellos, se deben a nosotros mismos, no a los propios chicos.
Ellos se comportan como lo que son,
hacen lo que tienen que hacer a su edad: experimentan, cruzan límites, reivindican… pero nosotros
estamos en una época de cambio, de inseguridad, de aburrimiento con nuestra propia vida, de pérdida de motivación, de búsqueda de algo que nos haga vibrar y salir de nuestra monotonía y… “no estamos para tonterías”.
Pocos padres se dan cuenta de que sus hijos están entrando en la adolescencia hasta que ya están completamente metidos en ella y hacen cosas “que no nos explicamos” o que “no son propias de ellos”.
Lo que más nos frustra es quizás que no tienen motivación por casi nada.
Hoy en día parece que lo único que les interesa es la consola o el móvil y buscamos motivarles
de todas las maneras que podemos pero sobre todo haciéndoles ver o creer en un futuro en el que, en principio, no creen y mucho menos ven.
Ni siquiera nosotros lo vemos en realidad. Sólo lo soñamos para ellos, porque “queremos lo mejor para ellos”, pero a veces, lo mejor para ellos, no es lo que nosotros soñamos o al menos, no lo es en el momento en el que lo soñamos.
Veo padres increíbles a diario, se esfuerzan, se desesperan con sus hijos… y sienten una frustración inmensa porque no consiguen “encauzarles”.
Lo cierto es que no vienen con un manual de instrucciones. Y aunque tenéis mil decálogos en internet
sobre como hablar con vuestros hijos, como motivarles, como recuperar su confianza… al intentar ponerlos en práctica, apenas funcionan, básicamente porque nos dicen cosas como “haz ver a tu hijo un futuro que le motive”, que a todos nos suena como a chino porque precisamente si hubiéramos encontrado la manera de motivar a nuestro hijo sobre el futuro, no estaríamos buscando cómo hacerlo.
No os voy a hacer un decálogo sobre cómo hablar con vuestros hijos, sobre cómo recuperar el diálogo o sobre cómo motivarles. No os serviría de nada.
Veamos las cosas desde otro punto de vista.
Al menos para no desquiciarnos tanto con ellos y su comportamiento, a veces tan caótico y errático. Mirémonos a nosotros mismos y lo que les pedimos a ellos.
A un niño puedes enseñarle a comer verduras y no se fijará en si tu lo haces o no. Con los adolescentes no es así. Lo primero que verán es si tú lo haces y si no es así, apelarán a la injusticia
para no comerse las verduras y lo cierto es que tendrán razón.
La coherencia es muy importante en esta etapa. La confianza que ellos tengan en nosotros se basa, precisamente, en eso.
Si les pedimos algo tenemos que dar ejemplo. En realidad deberíamos hacerlo siempre, pero en esta etapa es fundamental.
¿Nunca os ha pasado que os quedáis solos en casa, limpiáis, ponéis lavadoras, tendéis, ordenáis los armarios… y cuando llega el resto de la familia no se dan cuenta de nada y te preguntan qué tal tu día de descanso?
Pues eso mismo les pasa a los adolescentes. No ven lo que vosotros hacéis, son egoístas por naturaleza en ese aspecto. Así que mandarles a recoger su cuarto, quitar la mesa, limpiar la cocina… mientras tú te echas la siesta o ves la tele tranquilamente… “es injusto”.
Aprovechad los momentos en los que vosotros estáis haciendo algo (cocinar, por ejemplo), para pedirles que lo hagan ellos también (recoger su cuarto). Cread un día de limpieza en familia, por ejemplo. Se trata de hacer las cosas en equipo y demostrar que cuando se trata de trabajar, trabaja todo el mundo. No hay “injusticias”.
2. METAS PEQUEÑAS, RECOMPENSAS PEQUEÑAS
A veces les pedimos que saquen una nota media cada trimestre para conseguir algo que desean, o peor aún, una nota media a final de curso. Y ya ni os cuento cuando les pedimos que "se conviertan en personas de provecho", "alguien de quien sentirse orgullosos"... si creemos que entenderán lo que estamos diciendo... vivimos en otro planeta.
Además no les estamos diciendo nada concreto, solo descargando nuestras propias frustraciones en ellos.
Recordemos nuestra adolescencia
y analicemos lo que nosotros sentíamos. También vivíamos “injusticias”, todo era un mundo para nosotros.
La chica o el chico que nos gustaba y no nos hacía caso, la amiga o amigo que “nos traicionaba”, los “defectos” que nos veíamos, el profesor que nos tenía manía, el tema o asignatura que no entendíamos independientemente de que nos lo explicaran de cinco maneras distintas… si a eso le sumamos un objetivo grande, global, a largo plazo
(tres meses o un año es mucho para un adolescente), la vida habría sido una carga continua de responsabilidades y emociones.
Ya, lo se, eso es para muchos adultos. Muchas horas de trabajo fuera de casa y en casa, con los niños, sin apenas tiempo libre, con 30 días esparcidos de vacaciones al año…
Nuestra vida es realmente una carga continua de responsabilidades y emociones… pero ellos no lo ven, ni lo sienten así y no lo verán, ni lo sentirán así, hasta que no tengan nuestra edad.
Marquemos metas pequeñas, teniendo en cuenta que sean:
eSpecíficas
Medibles
Alcanzables
Realistas
con límite de
Tiempo
"Ser un hombre de provecho" no es específica, ni medible, como poco. No tiene un límite de tiempo y a decir verdad, es tan subjetiva que no tiene por qué ser alcanzable y en absoluto es realista.
El primer trimestre nuestra meta es aprobar, sobre todo si iniciamos un ciclo nuevo o tenemos que pasar un curso difícil con mucho temario nuevo
(5º de primaria, 2º de ESO, 4º de ESO, 2º de Bachiller). Si ya han iniciado el ciclo, la meta debe ser mantener la nota con la que acabaron el curso anterior. Pero tomad el primer trimestre de prueba.
El segundo trimestre trabajad las asignaturas una a una, examen a examen y poned metas puntuales en cada examen, cercanas y posibles.
Si nuestro hijo o hija saca 5 en matemáticas… no le pidáis un 8, pedidle un 6.
Si suspende muchas asignaturas el primer trimestre, no le pidáis que apruebe, buscadle ayuda,
es obvio que no puede solo por algún motivo. Pero no hagáis un mundo de ello. La vida de vuestro hijo no se acaba si suspende, o repite. Se acaba si nunca puede llegar a cumplir ningún objetivo y siente que es una decepción continua para vosotros.
“Mi hijo es vago” me diréis algunos…
si, puede ser. Pero también puede ser que no sea capaz, que abrir un libro se le haga un mundo,
que ver tanto temario junto sea un calvario
y que cada vez que vaya a intentarlo no sea capaz ni de concentrarse. Todo eso se puede trabajar, pero sólo con metas pequeñas.
Con cada objetivo conseguido
se les puede recompensar con algo, pero ha de ser algo
que a ellos les interese de verdad y no ha de ser económico.
No podemos premiar con juegos de la play por los que luego acabaremos discutiendo y si lo hacemos, al final
les estaremos enseñando que estudiar tienen un valor económico para nosotros, deben hacerlo por nosotros.
Nadie nos paga a nosotros por barrer, limpiar...
nadie nos paga por algo que nos beneficie a nosotros, nos pagan por realizar un trabajo que beneficia a una empresa externa generalmente.
Por ejemplo: Como norma en casa no se juega a la consola entre diario. Cuando consigue una meta puede jugar durante una hora ese día. Vuestro hijo siempre tira la basura y lo odia, pues ese día se libra de tirar la basura.
Escuchar es importante. Aunque lo que a veces nos cuentan para nosotros sea una tontería, para ellos no lo es. A nosotros también nos gusta que nos escuchen.
Si quieren contarnos un juego al que han jugado… escuchemos. Es la única manera además de que se sientan importantes, ver que valoráis lo que ellos valoran y que les tratáis como ellos quieren ser tratados.
Hablar también lo es. Ellos quieren ser adultos. No pueden estar al margen de los problemas diarios de la familia.
Si os cuesta pagar la factura de la luz y ellos se dejan la luz encendida a diario, no está de más que os sentéis con ellos y les expliquéis lo difícil que está siendo la situación y por qué necesitáis que apaguen la luz.
Si estáis enfermos y necesitáis su ayuda, pedídsela. No os enfadéis porque han hecho la comida y se han dejado la cocina hecha un asco.
Son adolescentes. Pedidles que limpien la cocina y premiadles con cariño y valorando lo que hacen. Ellos se sentirán útiles y compartirán la carga con vosotros.
4. NO PIDAMOS EXPLICACIONES QUE NO PUEDEN DARNOS
Cuando nuestros hijos tienen una mala temporada, contestan mal, se enfadan por todo, nos mienten… es realmente desesperante para un padre/madre.
A veces nuestra desesperación nos lleva a preguntarnos por qué. ¿Por qué hacen lo que hacen? ¿Por qué dicen lo que dicen?... buscamos motivos que no conocemos, culpables que no existen, errores que quizás no se han cometido.
Preguntarnos "por qué", en la mayoría de las ocasiones no tiene sentido en la adolescencia, en muchos casos, ese "por qué" es la propia adolescencia.
Preguntárselo a ellos es un error más grande aún.
La respuesta muchas veces no la saben ni ellos y, en la mayoría de los casos la respuesta es algo tan ambiguo y real para ellos como "no se" o "me ha salido así.
Aunque no os lo creáis, aunque os frustre esa respuesta...
no tienen otra más sincera.
Cuando hieran vuestros sentimientos, en la medida de lo posible, respirad hondo. Y cuando podáis, explicadles como os sentís
respecto a lo que han hecho o dicho y qué esperaríais de ellos. Gritarles no servirá de mucho tampoco. Iniciareis una discusión que acabará en la “injusticia continua en la que viven”.
No somos perfectos, así que en ocasiones y según el día que también tengamos nosotros, les gritaremos y entraremos en una situación de la que se sale bastante mal. Tampoco os culpéis, sois humanos, tratando con un adolescente. Pero después de la discusión, cuando vosotros os calméis, disculpaos y explicadles por qué habéis perdido los nervios. Eso es parte de ser adulto, que es como ellos quieren ser considerados.